El texto analiza la historia argentina como una disputa entre proyectos de liberación y dependencia. Desde la independencia, las potencias extranjeras y las élites locales impusieron un modelo oligárquico y exportador, enfrentado al proyecto popular, federal y latinoamericanista. Esa tensión recorrió toda la historia nacional —de las luchas federales al peronismo y los movimientos sociales— y persiste hoy. La verdadera independencia, sostiene, exige unir soberanía nacional con justicia social y unidad latinoamericana.
Material de formación. Agosto de 2013

Apuntes sobre soberanía y dependencia en los dos siglos de historia argentina
(o brevísima historia de la injerencia imperialista en la Argentina)
La historia de injerencia de las potencias centrales en Argentina es tan antigua como el país mismo. Tomando como punto de partida el proceso independentista (1810-1824) que da origen al Estado-Nación tal como lo conocemos hoy, podemos rastrear a lo largo de dos siglos la presencia indiscutible de intereses imperiales en el escenario local. La derrota del imperio español y su política colonizadora vino acompañada por el reemplazo de sucesivas metrópolis. De Madrid pasamos a París, Londres, Washington. Pero empecemos esta historia por el inicio…
Fuerzas en pugna en el origen de la nación
Argentina, como todos los países sudamericanos (a excepción de Paraguay) emerge como Estado-Nación con la mira puesta en la potencia extranjera. El historiador Norberto Galasso (1994, 2007) sintetiza muy bien la tensión entre la corriente revolucionaria y la corriente reformista en el proceso independentista. Mientras que los primeros querían la ruptura con el pasado colonial en miras a un desarrollo centrípeto, endógeno, mirando el interior del país, los segundos promovieron la independencia para negociar en mejores términos, los términos del librecambio inglés, y para ello procuraron un desarrollo centrífugo, exógeno, mirando hacia Europa.
El resultado de esta tensión fue que las capitales portuarias se constituyeron en los jalones que demarcaron la geografía de la dependencia y las élites comerciales que moraban en ellas, las grandes beneficiarias. Mientras que los antiguos polos de actividad económica durante el periodo colonial caen en desgracia. En el caso del Virreinato del Río de La Plata, la ruptura con el monopolio comercial español enriquece a la burguesía mercantil de Buenos Aires. Por el otro lado, la región del Potosí, densamente poblada, es abandonada a su suerte por los porteños luego de que los enriquecieron durante siglos. Lo mismo ocurre con la región cuyana que abastecía de ponchos, vino, y otros enseres al centro minero del Alto Perú conociendo una incipiente actividad fabril (que logró sostener buena parte del Ejercito Libertador de San Martín), y que será devastada por el ingreso masivo de manufacturas inglesas. [1]
Hay años y acciones que se vuelven hitos que demarcan momentos históricos. El año 1824 es uno de ellos: Rivadavia, ministro argentino y lugarteniente de los intereses británicos en el Río de La Plata, firma el primer empréstito con la banca Baring Brothers, dando nacimiento a la deuda externa argentina; San Martín, asediado por los porteños, reclamado como líder por los caudillos del interior, mas negándose a inmiscuirse en una guerra civil, zarpa del puerto de Buenos Aires a su exilio francés; Sucre triunfa meses después en la decisiva Batalla de Ayacucho contra los realistas. En 1824 se cierra un ciclo y se abre otro: simboliza el fin del periodo colonial pero también de la hegemonía de las ideas revolucionarias, y el comienzo del neocolonialismo y el triunfo de los intereses porteños. Consumada la fragmentación de la América Hispánica en pequeñas repúblicas, traccionadas hacia afuera a través de sus capitales portuarias y sus élites comerciales, despreciando a esa masa informe de hombres y mujeres del pueblo que conquistaron la independencia, así, mal paridas, nacen nuestras naciones. El fin del Virreinato colonial entonces abre la lucha por proyectos de país, encarnados en fuerzas en pugna, centrípetas versus centrífugas, revolucionarias versus “reformistas” (que pronto se tornan conservadoras), que sintetizadas en el dilema Liberación o Dependencia dan la tonalidad a los dos siglos recientes de historia de Nuestra América.
Siglo XIX, intereses imperiales y resistencias populares
Lo que otrora fueron las Provincias Unidas del Río de La Plata, reducidas al área de interés de Buenos Aires, se ven envueltas rápidamente en guerras civiles. Los bandos en pugna representan más o menos fielmente las tendencias anteriormente mencionadas. Desde el premonitorio levantamiento artiguista en la Banda Oriental y el Motín de Arequito, el interior provincial se yergue frente a la prepotencia porteña. Desde el rechazo a los diputados orientales en la Asamblea del año XIII hasta la derrota de Felipe Varela en 1869 son más de cincuenta años de resistencia popular a la imposición de un modelo de desarrollo exógeno encabezado por la burguesía comercial. Medio siglo en que se da una suerte de “empate catastrófico” entre las fuerzas en pugna y en que los intereses imperiales se ubican decididamente del lado de los porteños.
Una mención aparte merece el periodo rosista (1835-1852). Encabezado por el caudillo bonaerense Juan Manuel de Rosas, representa una rara avis entre las dos tendencias. Referenciado políticamente en el federalismo, es decir, en la causa de las provincias del interior, pero con origen en el interior de la región económicamente emergente (pampa húmeda ganadera), dará lugar a un gobierno de signo contradictorio que terminará generando en su contra lo que parecía imposible: una alianza entre caudillos federales y porteños unitarios. Rosas, desde un gobierno autocrático y autoritario, con un férreo control político-ideológico en manos de un grupo parapolicial (la mazorca), da lugar al mismo tiempo a cierto proteccionismo económico y soberanía política frente a las potencias imperiales. Por estas características el rosismo ha sido considerado como nacionalismo conservador. El hito positivo de este proceso es sin dudas la digna resistencia frente al avasallamiento británico y francés en la década del ’40, que harán merecedor a Rosas del sable libertador de San Martín. La contraparte negativa es que reproduce la relación de subordinación de las provincias a Buenos Aires y que excluye por completo a las masas populares de la toma de decisiones.
El rosismo logra aglutinar en frente suyo a dos enemigos entre sí. Por un lado, es odiado por el cosmopolitismo europeizante de los unitarios exiliados en Montevideo y Chile. Pero también es rechazado por los caudillos del interior que protestaban porque Buenos Aires seguía concentrando la renta derivada del puerto y Rosas prohibía el comercio directo de las provincias con las potencias extranjeras. Esta inédita alianza, apoyada por británicos y franceses, derrota a Rosas en la Batalla de Caseros en 1852. Pero como era de prever, los aliados del Ejército Grande bajo el mando de Urquiza, no podrían mantenerse mucho tiempo juntos. Por el contrario, derrocado Rosas, comienza una década de enfrentamientos entre Urquiza y los porteños hasta que en la Batalla de Pavón en 1861, se impone finalmente Buenos Aires. Es el comienzo de la derrota final del caudillismo federal.
Desde ese momento y hasta el ascenso de Yrigoyen a la presidencia en 1916 tenemos medio siglo de hegemonía de intereses imperiales en la región, británicos en primer lugar, y franceses y norteamericanos en segundo lugar. La expansión de la Segunda Revolución Industrial en los países centrales da lugar a una completa reconfiguración del territorio y la economía nacionales. De hecho, la victoria militar de Buenos Aires sobre las provincias rebeldes cuyanas, la neutralización de las provincias litoraleñas a partir de la alianza con Urquiza, y la Guerra al Paraguay soberano de Solano López, van de la mano con el ingreso desenfrenado del capital extranjero vedado en el periodo rosista.
Estos capitales en forma de tecnología serán decisivos, en efecto, como base material para la expansión del proyecto “civilizador” porteño a territorios que estaban fuera de su control (Patagonia, Cuyo, Gran Chaco). Por un lado, el ferrocarril como tecnología de transporte logra incorporar al circuito económico internacional amplias regiones agropecuarias que quedaban excluidas hasta ese momento. La red ferroviaria llega a tener en pocos años miles de kilómetros convirtiéndose en una de las más grandes del mundo. En cuanto a las condiciones de inversión del capital extranjero, podemos mencionar que los contratos de obra ferroviaria fueron realizados en condiciones usurarias. Por ejemplo, cinco kilómetros de tierra a cada lado de la vía a lo largo de todo el tendido ferroviario van a parar a manos de los inversores extranjeros (siendo éste unos de los orígenes del latifundio en nuestro país). Otra tecnología decisiva fueron los fusiles de repetición que le dan una superioridad militar indiscutible sobre las tropas irregulares de gauchos o indios. [2] Finalmente, este proceso de expansión del capital llevará al necesario avance de las fronteras hacia todos los puntos cardinales. Hacia el norte, avanzando sobre el Chaco paraguayo con la Guerra de la Triple Infamia. Hacia el oeste, con la derrota de los caudillos provinciales de Cuyo. Hacia el sur, con la mal llamada Conquista del Desierto, que implicó el exterminio de poblaciones nativas mapuches (Argumedo, 2009).
El último tercio del siglo XIX comienza, entonces, con la derrota de la resistencia popular del interior provincial y del proceso soberano paraguayo. Y culmina con la consolidación del Estado-Nación neocolonial con la victoria sobre los mapuches, la federalización de la ciudad de Buenos Aires y la construcción majestuosa de La Plata como capital de la provincia más rica del país. Como hito de la conquista y expansión del proyecto porteño, en la ciudad de La Plata se levanta el Museo de Ciencias Naturales que contiene hasta el día de hoy como botín de guerra los restos de las poblaciones originarias masacradas. La contracara de esta majestuosidad es la pobreza y atraso en que se ven sumergidas las provincias del interior del país.
En síntesis, la omnipresencia de intereses imperiales en nuestra región combinada con la dinámica de los actores locales da cuenta de buena parte de la historia del siglo XIX. En 1830 San Martín acierta premonitoriamente cuando dice en su correspondencia con Vicente López que lo que protagonizaron ellos fue un proceso de “revolución y contrarrevolución”. Y es porque ya en el primer tercio del siglo se manifiesta el conflicto que dará lugar a la Argentina que conocemos. Los patriotas más consecuentes (San Martín, Belgrano, Moreno, Artigas, etc.) lograron identificar objetivos de transformación social con la construcción de la nación. Con categorías de otras épocas y otras geografías diremos que lograron ver la identidad entre revolución nacional-democrática y revolución social. Eran conscientes de que no hay patria sin pueblo, que no es posible levantar un país por fuera de las masas trabajadoras que lo construyen día a día. Es decir, que la lucha antiimperialista y la lucha de clases tendieron a identificarse en el siglo XIX en el conflicto Buenos Aires versus interior.[3] Por eso el último caudillo federal, Felipe Varela, expresando a los pobres de las provincias, hace un llamamiento a la Unidad Sudamericana.
¡Patria sí, colonia no! Avances y retrocesos en el siglo XX
Si en la centuria anterior las clases populares rurales del interior son las continuadoras de las mejores tradiciones independentistas, la larga noche liberal-conservadora (1870-1916) será interrumpida por la emergencia de las clases medias y la clase obrera urbana. Dos hitos de la lucha de los sectores medios serán, por un lado, la larga batalla por la conquista del voto universal masculino que va de la Revolución del Parque de 1890 a la sanción de la Ley Saénz Peña en 1912, y por el otro, la Reforma Universitaria de 1918. De parte de los sectores populares, influenciados por el anarquismo y el socialismo, se suceden las huelgas, la conformación de sindicatos, de casas populares.
En términos de la relación con los poderes centrales, nuestra clase dirigente está fuertemente vinculada en términos culturales a la Francia de la belle époque, pero económicamente continúa subordinada a los intereses británicos. Una imagen de muestra de esta Argentina lo constituyen los fastuosos festejos del Centenario de la Revolución de Mayo en 1910. Mientras hacia afuera se procura mostrar una Argentina potencia, hacia adentro se establece el Estado de Sitio para tratar de contener la creciente conflictividad social.
Como sabemos, a nivel mundial comienza la fase monopolista del capitalismo, dando lugar al imperialismo de las potencias centrales y a la guerra entre ellas envolviendo a buena parte del mundo (Lenin, 2005). Argentina frente a esos conflictos bélicos asume una posición de neutralidad que será política de Estado durante buena parte del siglo XX[4]. En cuanto a lo económico, las corporaciones (trusts) ingresan a la Argentina durante todo el período sin mayores restricciones, excepto en el sector petrolero. En este sector estratégico se produce una batalla de veinte años entre la Standard Oil Company y algunos agentes del Estado Nacional, principalmente a partir del año 1922 en que el militar nacionalista Enrique Mosconi es designado presidente de YPF, la primera empresa estatal petrolera de América Latina. El conflicto llega a tal magnitud que ocupa la escena pública en la contienda electoral de 1927-1928 (Gadano, 2011). Finalmente, el golpe de Estado a la segunda presidencia de Yrigoyen estará vinculado a los intentos de nacionalizar bajo monopolio estatal todo el sector del petróleo (Mosconi, 1936).
Antes de avanzar no podemos dejar de mencionar el último gran acto de entreguismo al imperialismo británico de parte de la vieja oligarquía otra vez en el poder. Se trata de la firma de un pacto lamentable llamado Roca-Runcimann que nos colocaba casi en el nivel de una semi-colonia o de un país de la Commonwealth de la corona inglesa. Entre otras cosas se les dio a los británicos la dirección del Banco Central argentino, se prohíbe que capitales argentinos fundasen frigoríficos (principal industria de la época) y les otorgó un control monopólico del otro sector clave de la economía con la creación de la Corporación de Transporte.
A mediados de siglo XX en la Argentina se vuelve a desarrollar un proceso nacional-popular encabezado por un grupo de militares (el GOU), con el acompañamiento del movimiento obrero y sectores de la pequeña y media burguesía. Desde 1944 bajo el liderazgo de Perón, se forja una amplia alianza que incluirá hasta a la Iglesia Católica durante un tiempo. Pero el imperialismo triunfante de la segunda guerra mundial no tardará en hacerse valer en estas tierras. Y frente al proyecto nacional-popular se conforma una amplia alianza también, ¡pero impulsada por la Embajada norteamericana! y que incluía comunistas, socialistas y conservadores. La injerencia de los Estados Unidos es tan importante que es eslogan de campaña del peronismo es “Braden o Perón”, en alusión al embajador estadounidense. Finalmente son las masas populares en las calles las que inclinaron la balanza cuando el 17 de octubre de 1945 ocupan la Plaza de Mayo. Masas de trabajadores que traen una experiencia organizativa de cincuenta años pero también, dado que buena parte de ellas son migrantes del interior (por eso los porteños los tildaron de “cabecitas negras”), que traen en su memoria las luchas federales del siglo XIX.
Los primeros gobiernos de Perón recuperan la vieja idea revolucionaria de que no hay patria sin pueblo, de que la lucha antiimperialista requiere de transformaciones sociales inclusivas. Esta idea se sintetiza en tres banderas enlazadas por el peronismo: Independencia económica, Soberanía política y Justicia social. Como ejemplos de avances en los dos primeros planos, podemos mencionar el desarrollo de una industria con tecnología nacional (en aviones y cohetes, automóviles, armamentos, etc.) y una política internacional antecesora del Movimiento de No Alineados. Como momentos de avance en la Justicia Social, tenemos la conquista de la ciudadanía política de parte de las mujeres, una fuerte redistribución del ingreso a favor de los trabajadores y la institucionalización de una serie de derechos laborales, económicos y sociales de avanzada a nivel mundial (Constitución de 1949).
Frente a esto la respuesta del imperialismo no se hizo esperar. Los Estados Unidos manifestaron desde el comienzo su hostilidad al gobierno peronista, pero desde 1951 apoyan toda intentona golpista hasta lograr el derrocamiento de Perón en 1955. Y a medida que las alianzas con la Iglesia Católica, la burguesía y las Fueras Armadas se fueron resquebrajando, y el gobierno se fue apoyando cada vez más en la clase obrera, la sociedad argentina experimenta una creciente polarización y niveles inéditos de confrontación entre clases. Por eso, las dos décadas siguientes (1955-1976) han sido caracterizadas como de “empate hegemónico”, dado que ni las clases trabajadoras lograban imponerse, ni las clases dominantes en ninguna de sus fracciones lograban la paz social que anhelaban para sus negocios.
Tenemos entonces, de un lado, una seguidilla de gobiernos ilegítimos, golpes de Estado y la adopción de una estrategia desarrollista en que las inversiones de capital extranjero ocupan un lugar central en la economía. Del otro, se multiplican las formas de lucha popular, desde las puebladas al boicot a la producción, desde la lucha obrera, hasta la estudiantil y campesina, con un ideario que enlazaba consignas antiimperialistas con elementos socialistas. Nos interesa detenernos un poco aquí para destacar este cruzamiento entre tradición nacional-popular y marxismo. Mientras que durante los gobiernos peronistas la clase obrera se había mostrado reacia a las ideas socialistas y comunistas por asociarlas a partidos que apoyaron las posiciones de la embajada norteamericana, y hasta llegaron a desarrollar prácticas macartistas.[5] Es a partir de que se hace sentir la influencia de la revolución cubana que llegará un nuevo socialismo que se tenderá a sintetizar con la tradición peronista. Se genera así el peronismo revolucionario desde fines de los ’60, hegemonizando rápidamente las aspiraciones de los sectores de la clase trabajadora que anhelaban un cambio profundo de la realidad nacional y social.
El golpe de Estado de 1976 viene a poner fin a ese empate de fuerzas, que había conducido a la Argentina a un escenario de creciente violencia política. De alguna manera, viene a cerrar el ciclo iniciado en 1945 con las masas populares en la Plaza de Mayo aquel 17 de octubre. Es decir, el golpe de Videla fue contrarrevolucionario y esencialmente antiperonista por varias razones: por un lado, el grueso de la organización popular surgida en las décadas anteriores se identificaba como peronista, por lo que su exterminio implicaba un ataque a esa tradición; por el otro, porque en términos económicos el golpe de 1976 viene a desandar uno a uno los pasos de soberanía logrados durante el primer gobierno de Perón[6]. En tercer lugar, porque en términos de derechos sociales y laborales, implicó un ataque directo a las conquistas históricas que las clases trabajadoras habían hecho treinta años antes.
El último golpe militar inaugura un cuarto de siglo negro. La derrota de los proyectos populares de los ’60 y ’70 implicó la paz y el orden para las clases dominantes, pero la fragmentación, la pauperización, la violencia social en las clases oprimidas. La imposición del neoliberalismo más brutal en la década del ’90 de parte del mismo partido político que había encarnado las esperanzas de los trabajadores a mediados de siglo, generó una profunda crisis ideológica, de la mano con la crisis de los proyectos de izquierda en el mundo entero. Fue la década de la omnipresencia del imperialismo en nuestra economía, en nuestra cultura, en nuestra política. Privatización y extranjerización de las empresas del Estado, quiebre masivo de pequeñas y medianas empresas, concentración económica en manos de un puñado de transnacionales, permanente injerencia de organismos internacionales dependientes de los países centrales en nuestras decisiones soberanas, y un largo etc. Semejante reordenamiento social solo fue posible por el exterminio de miles de militantes durante la dictadura, pero también por la destrucción del sujeto social que protagonizó las grandes luchas del siglo XX: la clase obrera organizada.
Actualidad del imperialismo en Argentina: la era de los Kirchner
Para terminar, hagamos algunas referencias al momento actual. El período anterior se cierra con la reorganización popular a fines de los ’90, especialmente desde el comienzo de la recesión económica, que conducirá a una creciente conflictividad social y al derrumbamiento del presidente Fernando de la Rúa. Esa crisis social y política que tuvo su auge en los años 2001 y 2002 fue reconducida por fracciones de las clases dominantes en alianza con intereses de un sector de las empresas transnacionales y nacionales. Mientras los sectores populares, sin capacidad de plantearse como alternativa, siguen en la lucha callejera, en los pasillos del poder económico y político se dirimen internas por la mejor salida (¡para ellos!) a la crisis. En ese contexto, y ante el fracaso de la salida que representaba Duhalde, emergen los Kirchner representando al sector que propone una salida devaluacionista frente a la recesión económica y una respuesta política y no represiva a la protesta social.
A diez años de ese momento hoy podemos afirmar que la salida que representaron los Kirchner fue exitosa en términos capitalistas. Lograron reordenar el país, generar condiciones excepcionales para los negocios, al mismo tiempo que altos niveles de aceptación social y re-institucionalización de la política. Sin dudas, la originalidad de los Kirchner consistió en saber mixturar elementos de tradiciones diferentes. Recuperaron parte del ideario nacional-popular, de las viejas banderas del peronismo. Pero lo hacen sin romper la matriz neoliberal heredada de los ’90.
Han mostrado la capacidad heterodoxa de combinar una reivindicación de la soberanía como es la expulsión del FMI y el Club de París de nuestros asuntos internos, pero lo hacen pagándoles dólar sobre dólar una deuda externa fraudulenta, heredada de la dictadura militar. O bien combinan generación de empleo y re-impulso de la industria, con creciente extranjerización de empresas argentinas y un desarrollo industrial impulsado por inversión extranjera transnacional, principalmente en el sector automotriz. Así también, coincide en el gobierno una política distributiva asistencial (Asignación Universal por Hijo) con una verdadera contra-reforma agraria debido a la expansión desregulada del agronegocio, que genera aun mayor concentración de la tierra y expulsión de comunidades campesinas y originarias. En cuarto lugar podemos mencionar como ejemplo reciente que el gobierno expropia la histórica y emblemática petrolera estatal, pero en la letra fina del contrato vemos que se mantiene la forma societal accionaria de la empresa, que YPF durante veinte años de explotación privada (diez de ellos durante el periodo kirchnerista) perdió la hegemonía que tenía sobre el sector petrolero argentino, y finalmente realiza un acuerdo con la norteamericana Chevron en la que se le concede la explotación comercial de una de las principales cuencas del país (López, 2013). Por último, podemos nombrar una política con un sesgo federal que ha beneficiado a provincias históricamente rezagadas, al mismo tiempo que promueve la megaminería transnacional en esas mismas provincias, actividad económica que genera degradación social, ambiental y destruye las economías regionales (Svampa y Antonelli, 2009).
En síntesis, si esta década kirchnerista presenta luces y sombras en diversos terrenos que pueden ser motivo de controversias entre compañeros, podemos afirmar sin embargo que las empresas transnacionales no se han sentido para nada incómodas con este gobierno. En casi todos los sectores estratégicos de la economía, principalmente en la banca, el sector petrolero-energético y la industria automotriz y metal-mecánica, la preeminencia de capitales extranjeros es abrumadora. Y una mención especial merece el sector agropecuario, motor de la economía argentina, que ha visto avanzar la revolución del agronegocio a pasos agigantados, y con ello la dependencia tecnológica y logística de un puñado de empresas transnacionales que hoy manejan la producción de la mayoría de los insumos fundamentales así como la comercialización (¡hasta son dueñas de la totalidad de los puertos!) (Vértiz, 2012).
Para concluir debemos señalar que esta política heterodoxa exitosa en términos capitalistas ha conducido a una crisis ideológica de buena parte del campo popular. El kirchnerismo es hoy una combinación extraña de elementos que hacen que en un mismo acto de gobierno estén presentes históricos luchadores como las Madres de Plaza de Mayo o la Central de Trabajadores Argentinos, y representantes de las empresas transnacionales más depredadoras (Monsanto, Barrick Gold, etc.) o funcionarios de la más rancia tradición política. Tal vez sea hora de recuperar, a la luz de la revolución bolivariana (como antes lo fue bajo el influjo de la cubana), esa tradición radical de dos siglos, autóctona de Nuestra América, que nos dice que no puede haber emancipación nacional sin transformación social ni revoluciones socialistas sin sentido patriótico.
Santiago Liaudat
Agosto de 2013
Abasto
Bibliografía
- Argumedo, A. (2009), Los silencios y las voces en América Latina. Notas sobre el pensamiento nacional y popular, Ediciones del Pensamiento Nacional, Buenos Aires: Colihue
- Gadano, N. (2011), “Después de 100 años, adiós a la Standard Oil”, artículo periodístico, Diario Clarín, 20 de marzo de 2011, disponible en: http://www.ieco.clarin.com/empresas/Despues-anos-adios-Standard-Oil_0_447555516.html (15/08/13)
- Galasso, N. (1994), La Revolución de Mayo: el pueblo quiere saber de qué se trató, Buenos Aires: Colihue.
- Galasso, N. (2007), Seamos libres y lo demás no importa nada. Vida de San Martín, Buenos Aires: Colihue
- Lenin, V. I. (2005), O imperialismo. Fase superior do capitalismo, San Pablo: Centauro
- López, E. (2013), “Notas críticas sobre el acuerdo YPF-Chevron, ¿es posible una política energética popular?”, publicada en portal www.dariovive.org (14/08/13)
- Mosconi, E. (1936), El petróleo argentino 1922-1930, Buenos Aires: Ferrari
- Svampa, M. y Antonelli, M. (comp.) (2009), Minería transnacional, narrativas del desarrollo y resistencias sociales, Buenos Aires: Editorial Biblos.
- Vértiz, P. (2012), “Apuntes sobre la producción agropecuaria para un proyecto emancipador”, en Revista Debates Urgentes. Investigación desde y para los movimientos sociales, La Plata, Año 1 nº2. Disponible en: http://debatesurgentes.files.wordpress.com (14/08/2013)
- Walsh, R. (2010), ¿Quién mató a Rosendo?, Madrid: 451 Editores.
[1] De esta región emergerán, no por casualidad, los caudillos populares más consecuentes, como el Chacho Peñaloza (el “padrecito de los pobres”) y Felipe Varela (el “Quijote de Los Andes”). La población cuyana heredaba una memoria del buen gobierno de San Martín en Mendoza entre 1814 y 1816, así como una base social que se verá sacudida por el cambio de régimen de acumulación derivado del fin del colonialismo y el pasaje al neocolonialismo. Otra causa de la destrucción de esta región fue que en la represión porteña a lo largo de cuarenta años a las montoneras federales fueron asesinados cientos de miles de gauchos alzados y arrasadas poblaciones campesinas.
[2] Esta situación desesperante queda relatada en la zamba más antigua de que se tenga registro, la Zamba de Vargas en su versión original recogida en 1906. La canción finaliza diciendo: “¡Lanzas contra fusiles! / Pobre Varela, / qué bien pelean sus tropas / en la humareda. / ¡Otra cosa ser / armas iguales!”.
[3] Exceptuando el contradictorio periodo rosista, que tuvo elementos antiimperialistas desde Buenos Aires y que benefició en parte a las clases populares porteñas, pero despreció a las del interior.
[4] Hasta que en 1990 Menem le declara la guerra a Irak haciendo caso omiso a la histórica posición de neutralidad argentina y por mero seguidismo a la política militarista de Bush padre.
[5] Macartismo que al día de hoy sobrevive en lo más rancio del sindicalismo burocrático peronista, en los que realizar cualquier intento de cambio, por mínimo que sea, implica ser catalogado como “comunista” o “trosco”. Para un brillante análisis del surgimiento de ese sindicalismo, ver Walsh (2010).
[6] Desde 1955 las clases dominantes liberales venían intentando (y en cierto grado logrando) revertir esas conquistas, pero cada paso les costaba altos niveles de deslegitimación ya que la resistencia popular era feroz y la represión estatal requerida era brutal. Un caso paradigmático fue la privatización del Frigorífico Lisandro de la Torre en 1959, en la que la lucha de los obreros se convirtió en un emblema de resistencia por años.
Last modified: 5 de noviembre de 2025





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